Benicàssim, Castellón.

El valor sanador del agua de mar

Artículo inédito:

El doctor Joaquín Farnós dejó escrito este artículo  pocos días antes de fallecer en mayo de 2021

Descubrí el valor sanador del agua del mar a finales de los años cincuenta cuando acabados mis estudios de Medicina y recién licenciado por la Universidad de Valencia comencé a trabajar en Centro Helio Marino de Colliure, donde reposan los restos de aquel gran español exiliado que fue Antonio Machado. En el último curso de carrera escuchaba todas las noches Radio París para enterarme de lo que realmente pasaba en España y en Europa ya que la censura impedía que muchas noticias llegaran a conocimiento de los españoles. En estas emisiones supe que los franceses eran muy aficionados a disfrutar del agua de mar para mejorar sus dolencias y gozar simplemente del bienestar. Un centro de referencia en esta práctica era el de Colliure y tras presentar una solicitud que fue aceptada me integré en su equipo médico. Aprendí todo sobre la talasoterapia gracias a grandes maestros como el doctor Villar y el doctor Maurice Jordá, quienes me enseñaron la importancia de la rehabilitación tras una lesión, terapia que prácticamente no se practicaba en España. También conocí la apertura de miras de una sociedad moderna y democrática como era la francesa. Vi, con la extrañeza de un joven que había crecido en la larga postguerra española, como convivían y eran amigos entrañables personas de ideología comunista y socialista con liberales y conservadores. 

Todo lo que aprendí aquellos años apasionantes en Francia lo traje a España. En 1963 pusimos en marcha, junto a mis maestros y colegas franceses, el Termalismo de Benicàssim que se convirtió en el primer centro de rehabilitación en España. Aquella apertura de miras y de tolerancia se trasladó hasta la montaña de Benicàssim donde se levantó el centro. Recuperar la salud, gozar del bienestar y dar esperanza a los enfermos fueron los grandes logros de un centro que fue orgullo de la sanidad española. El clima de amistad, de respeto por las ideas, de convivencia y de democracia impregnó todo en aquel centro donde convivían enfermos y magníficos trabajadores que procedían distintos puntos de España pero también de toda Europa, especialmente de los países nórdicos donde la democracia y la solidaridad eran valores sagrados. Aquellos valores fueron también la piedra angular sobre la que edificó El Palasiet, hoy uno de los mejores centros de turismo de salud en Europa.

Todo aquello me llevó a la política activa. Tras la muerte del general Franco entendí que solo el modelo de las naciones europeas occidentales era la única posibilidad de futuro para una España que progresaba día a día. Reconciliación y libertad fueron los objetivos. En mi familia, como en la de millones de españoles, las heridas de la guerra civil seguían abiertas. Mi abuelo, alcalde republicano de Benlloch, pasó siete años en la cárcel donde yo lo visitaba cada semana para acompañarle y llevarle lo mínimo para poder subsistir. Nunca olvidaré el sufrimiento de aquellos represaliados que quisieron lo mejor para España. Mi padre tuvo importantes responsabilidades bajo el régimen de Franco como concejal del Ayuntamiento y presidente del Consejo de Empresarios. Fue el primero que me animó a trabajar por la democracia y la reconciliación. Y se consiguió con la Constitución de 1978 en cuya redacción tuve el honor de participar como parlamentario constituyente.

Cuarenta años después parece que aquel proceso que admiró todo el mundo está en entredicho. Quiera Dios que nunca nos olvidemos del valor de la tolerancia, del respeto, de la libertad y de la democracia. Que el agua del mar, cuyo valor, como el de la libertad, que conocí en Francia, sea el bálsamo sanador para una nación, España, que debe seguir unida en la convivencia, la libertad y el respeto para todos.

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